Estoy harta de querer gritar y prohibírmelo a mí misma... ¿Por qué? Por el temor de expresar mis sentimientos, mis ansias, mis anhelos y mis miedos en voz alta y, sobre todo, de dejar que otros los escuchen.
Sólo quiero gritar, ¡¡¡¡GRITAR!!!! Sin miedo, sin censuras, sin causas ni consecuencias. Simplemente gritar, desahogarme. Perderme en un grito que sane todas las heridas que me agotan, que me superan, que me consumen.
El mayor problema viene cuando ni siquiera estando sola dejo que esa voz que lucha por salir y cuyas palabras mis labios quieren pronunciar, lo haga, porque entonces estaría dándole la oportunidad a la realidad de golpearme a mano abierta dejando tras de sí una marca que solo el tiempo lograría borrar... Y lo cierto es que no estoy como para perder el tiempo esperando a que esas marcas se vayan.
Pero, a veces, esa voz consigue engañar a mi voluntad y se pronuncia casi sin permiso, como en nuestro querido último día del mes de marzo, es decir, ayer. Sí, ya se veía venir. Este mes empezó mal, fue mejorando hasta alcanzar grandes picos de alegrías y buenos momentos, pero se ve que quiso acabar con una abrumadora simetría haciendo que marzo cerrara sus puertas con un amargo sabor de boca...
¡Gracias, marzo, no te echaré de menos!
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