Nunca me había dolido tanto que me compararan con alguien a quien ni siquiera conozco, y mucho menos el que me dijeran las palabras "son iguales", palabras que sé, con absoluta certeza, que no son ciertas. De haberme hallado bajo la luz de los focos, ese dolor habría sido claramente palpable en mi mirada. No habría sido capaz de esconderlo, me encontré totalmente desarmada y desprovista de todo disimulo en esos momentos.
Mis nervios me fallaron. Aguanté las lágrimas, pero algunas rebeldes afloraron a pesar de mi resistencia, no recuerdo si lo hicieron en ese preciso instante, creo que supe guardarlas durante un rato, pero escaparon más adelante en contra de mi voluntad. Y también lo hicieron después, en varias ocasiones, hasta que llegó el momento en el que ella secó la última de mis lágrimas -de esa noche, al menos.
Desde ese instante, empecé a actuar como si nada pasara durante el resto de nuestro encuentro, que duró hasta el beso de la despedida -siempre el más duro, pues nunca sabré si será el último- y el correspondiente "buenas noches". No quería desperdiciar más tiempo pensando en lo malo cuando bien podía aferrarme a lo bueno: sus miradas, sus labios, sus brazos. Y así lo hice hasta que la hora determinó el fin de nuestra unión, al menos por esa noche. La dejé ir a pesar de querer retenerla junto a mí porque, ¿quién me podía asegurar que volvería a mis brazos al día siguiente? Sí, volvió al día siguiente o, más bien, volví yo, porque siempre vuelvo a ella. Soy incapaz de mantenerme alejada. Cada día al despedirnos me pregunto si será el último en el que podré verla, al menos, de ese modo. El único modo en el que soportaría estar a su lado porque ¿acaso no sería un cruel castigo tenerla junto a mí sabiendo que ya no sería "mía" nunca más, que sería otra quien la sostuviera entre sus brazos, y que sería a esa otra a quien ella diera cobijo entre los suyos?
Bastante duele ya -y bastante cruel es, para qué negarlo-, saber que no soy la única en sus pensamientos, saber que los tengo que compartir con otra, que no soy la única. Duele. Y seguirá doliendo hasta que la duda se disipe de su mente y, sobre todo, de su corazón. La esperaré, pero solo podré hacerlo hasta que sienta que las grietas de mi corazón, que tan cariñosa y meticulosamente he cosido a lo largo del tiempo, empiecen a abrirse de nuevo, pues si dejo que se abran del todo, quién sabe cuánto tardaré en volver a coserlas de nuevo...
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